La peligrosa defensa del ministro Jorge González a las amenazas de Insfrán
El reciente discurso del gobernador Gildo Insfrán en el acto por el Día de la Lealtad Peronista generó respuestas que no se hicieron esperar, por el contenido plagado de amenazas, descalificaciones y un tono desafiante, con el que el mandatario no solo atacó a sus opositores sino que dejó entrever, con preocupante claridad, un llamado a la confrontación violenta. Sin embargo, lo que resulta aún más alarmante que el propio discurso del gobernador es la justificación y defensa cerrada que su ministro de Gobierno, Jorge González, realizó de esas declaraciones incendiarias.

En un gesto que raya en la complicidad política, González afirmó ante la agencia oficial de noticias AGENFOR que "cuando el gobernador Insfrán expresa algo de una manera pública y tan contundente, es porque tiene las certezas firmes de que lo que dice, es la verdad". Una declaración que, más allá de intentar blindar al gobernador ante el vendaval de críticas, refuerza el sesgo autoritario de una administración que ha convertido la agresión verbal en una herramienta para consolidar su hegemonía.
"Imbéciles", "farsantes", "sinvergüenzas", "traidores"
El discurso de Insfrán, plagado de insultos y descalificaciones a sus opositores, no es un caso aislado. Cuando el gobernador llama "imbéciles", "farsantes" y "traidores" a quienes no se alinean con su poder, está enviando un mensaje claro: en Formosa no hay espacio para la disidencia. Pero lo más peligroso no fueron los agravios, sino el contenido bélico de sus palabras al afirmar que "cuando el pueblo pierde la paciencia, hace sonar el escarmiento". Esta afirmación, en un contexto político tenso, resuena como una amenaza velada de confrontación, una advertencia no solo a la oposición sino a los propios intendentes peronistas que comienzan a desafiar su liderazgo.
Exige unidad, pero siembra la división. Habla de paz, pero incita al escarmiento
El ministro González no solo minimizó estas amenazas, sino que las justificó, alegando que el gobernador "nunca va a decir algo si no está seguro o documentado de lo que expresa". Esta ciega lealtad hacia un líder que, en sus 28 años en el poder, ha perfeccionado el arte del autoritarismo, es un recordatorio alarmante del nivel de sumisión que impera en el círculo más cercano de Insfrán. La narrativa de González, que busca envolver el discurso en una capa de legitimidad, ignora por completo las señales de alerta que envía un líder que se muestra nervioso porque se siente cada vez más acorralado.
Lo irónico es que, mientras Insfrán pregona que "no va a contestar ningún agravio", usa su tribuna para lanzar una metralleta de insultos y amenazas. Exige unidad, pero siembra la división. Habla de paz, pero incita al escarmiento. El ministro González, lejos de tomar distancia y abogar por el diálogo, decidió respaldar sin titubeos un discurso que atiza el conflicto en una provincia que no necesita más tensiones.
Es evidente que el gobierno formoseño, con Insfrán a la cabeza, está lidiando con los embates internos y externos que ponen en jaque su permanencia indefinida en el poder. Los avances de las causas judiciales en la Corte Suprema y la creciente disidencia interna en el peronismo provincial son síntomas de un régimen que comienza a resquebrajarse. En lugar de responder con madurez política, el gobernador opta por el agravio y la intimidación, mientras su ministro de confianza le ofrece una peligrosa coartada: si lo dice Insfrán, debe ser verdad.
Formosa necesita líderes que, en momentos de crisis, tiendan puentes y no levanten muros. Gildo Insfrán parece haber elegido el camino contrario. Y lo que es aún peor, cuenta con la aprobación incondicional de un ministro que, en lugar de calmar las aguas, las agita. La historia ya nos ha enseñado lo destructivo que puede ser el fanatismo disfrazado de lealtad.